Uno de los valores que más definen a un buen profesional es sin duda la humildad, imprescindible para las buenas y las malas épocas. En las buenas para no dejarse llevar y mirar a los demás por encima del hombro, ya lo dice el viejo refrán: “Trata a los hombres como peones de ajedrez y sufrirás tanto como ellos. Si olvidas su corazón, perderás el tuyo. El ladrón se roba a si mismo.” De igual manera, en la época de crisis, la humildad te permite tener esa capacidad para saberte capaz de cometer todos los errores y todos los horrores posibles, y por ende pedir ayuda, agachar la cabeza, reconocer los errores y enmendar el camino y dar vuelta a la página.
En el libro Surco, encontré estas señales evidentes del día a día que nos muestran una clara falta de humildad con el fin de que aprendamos a corregirlas:
–pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás; –querer salirte siempre con la tuya; –disputar sin razón o –cuando la tienes– insistir con tozudez y de mala manera; –despreciar el punto de vista de los demás; –no mirar todos tus dones y cualidades como prestados; –no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees; –citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones; –hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan; –excusarte cuando se te reprende; –dolerte de que otros sean más estimados que tú; –negarte a desempeñar oficios inferiores; –insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional…; –avergonzarte porque careces de ciertos bienes
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